08 Mar
08Mar

Hoy les hablaré de Rocío. Rocío es lo que podríamos llamar una «mujer de éxito». Apenas cumplidos los cuarenta, está casada con Richard, un arquitecto que tiene su propio bufete «hijo de la Gran Bretaña» afincado hace muchos años en estas tierras más cálidas. 

Es la madre de una parejita de gemelos, Rita y Ricky. Retrasó la llegada de los hijos, hasta que pudo consolidarse en la escala media de su empresa. Al final necesitó ayuda, porque cuando quisieron intentarlo, no tenían éxito. Ahora que tienen dos añitos, podrá empezar a planear su siguiente reto en la empresa, y ascender hasta la alta dirección. Quizá en diez o doce años le ofrezcan ser socia.

Cierto día, 8 de marzo, iba escuchando en sus auriculares una tertulia en la que hablaban del papel de la mujer en la sociedad actual, y de cómo se perpetúan ciertos roles y clichés. Cuando llega a casa, Rita, como siempre, la espera detrás de la puerta. La chica que cuida de los pequeños hasta que ella llega le ha comentado que por nada del mundo quiere irse de allí. Como si supiera que estaba a punto de llegar su mami. Al entrar, la niña sonríe mucho y da saltitos y vueltas, mientras su madre se deshace del abrigo, el maletín, el bolso y los zapatos. 

Entonces, Rita echa a correr por el pasillo, en dirección al dormitorio, y más concretamente a la puerta del vestidor. Espera allí hasta que llega Rocío, quien se cambia mientras habla con la asistenta-niñera. Escucha las novedades y se despide de ella mientras mira con una sonrisa a su hija, y se pregunta por su hermano gemelo.

Rita va corriendo hasta la puerta de la cocina, y espera allí mientras que su madre va a la habitación y observa cómo su hijo la ignora mientras juega con su juguete favorito: unos bloques de construcción. – Digno hijo de su padre. –Piensa.

Se percata de que Rita sigue expectante frente a la puerta de la cocina. Alza las palmas de sus manos, a la altura de su cintura, como esperando una respuesta. Su madre le sonríe, pero en realidad se pregunta cuándo empezará a hablar para no tener que interpretarla todo el tiempo. Se coloca el delantal, mientras ve como Rita hace lo propio en una cocinita de juguete que tiene en un rincón de la cocina. Se lava las manos, abre la nevera, y comienza a preparar la cena. Rita, mientras tanto, usa sus alimentos de plástico imitando sus movimientos.

Rocío ve por el pasillo como Rick va corriendo hasta la puerta. Deja lo que está haciendo y le pregunta a su hijo acerca de su actitud, y lo que está esperando. Rick la mira, pero tampoco sabe qué decirle, por lo que vuelve a girar su cabecita hasta la entrada. Y es entonces cuando se hace la magia. Se oye el sonido de unas llaves, y la apertura de la puerta. Detrás, está Richard, su padre. El hijo comienza a dar saltos y a aplaudir. Es evidente lo mucho que se alegra de verlo, pero cuando se agacha para darle un abrazo, éste sale corriendo por el pasillo y le espera en la puerta de su despacho. Todavía en cuclillas, Richard se ríe y saluda a distancia a su esposa, cuando pasa a su lado le da un pequeño beso en los labios y le pregunta qué tal el día. Pero Rita le tira del dobladillo de su falda y cuando le presta atención su esposo ya está en el despacho soltando todos sus bártulos.

Durante la cena, Rocío se da cuenta de cómo sus hijos imitan todos sus movimientos. El niño come como lo hace su padre, mientras mira la pantalla de la tableta, y la niña trata de corregir a su hermano mientras come a ratos de su propio plato. Entonces le habló a su esposo:

–Richard, querido, ¿te das cuenta de lo que están haciendo nuestros hijos?

–¿A qué te refieres? Están comiendo, ¿no?

–Nos están imitando.

–¡Ahhh! Sí, son adorables. ¿No es cierto?

–¿No ves nada malo en lo que está ocurriendo?

–Pues no, ¿qué tiene de malo? ¿Acaso no hacen eso todos los hijos?

–No es la imitación lo que me preocupa, sino las cosas que les estamos transmitiendo.

Para Richard, aquella no fue una noche tranquila. La insistencia de su mujer, en que debían reevaluar la educación y los valores que estaban transmitiendo a sus hijos fue tal, que no le quedó otra opción que claudicar y aceptar que debían hacer algunos cambios «estéticos».

Ella se conformó con eso, y al día siguiente, cuando entró a casa cambió su rutina. Se siguió quitando sus zapatos en la entrada, le gustaba más caminar cómoda en casa. Pero se dirigió al despacho –que antes era de Richard, y ahora pasaría a ser de los dos– y dejó allí su maletín y su bolso junto con el abrigo los llevó al vestidor. Lugar donde se puso más cómoda. 


Rita miraba algo desconcertada a su madre. Quien, tras estar «de andar por casa» se despidió de la asistenta y fue al salón donde se sirvió un refrigerio y se dispuso a leer un libro con sus hijos sentados en el mismo sofá, hasta que llegó su esposo. Al igual que ocurriera los días anteriores, Ricky saltó del sofá para acudir a la puerta cuando se acercaba la hora de llegada de su padre.

–¡Hola familia! Rocío, ¿estás?

–En el salón, querido.

Cuando acudió al despacho para dejar sus cosas, comprobó que el maletín de Rocío, junto con un montón de papeles de su trabajo, estaban sobre el escritorio. Fue al sofá y le dió un beso a su mujer. Observó lo que allí ocurría, y tenía claro que la conversación del día anterior seguía presente en aquel instante, por lo que trató de romper el hielo.

–¿Qué hay para cenar?

–No lo sé, hoy te toca a ti hacer la cena.

–Pero acabo de llegar de trabajar. Y tú ya estás en casa.

–¿Y eso qué tiene que ver? Yo también trabajo fuera de casa. Por cierto, mañana hablaremos de cómo compartimos el despacho, ocupas demasiado espacio ahora mismo y no me caben todas mis cosas.

–Está bien, iré a ver qué hacer. –Richard se resignó, sabía que no le faltaba razón a su mujer, y prefería perder esa batalla, si eso suponía la posibilidad de ganar la guerra.

–¿No irás a la cocina así vestido? Como te manches el traje lo lavarás tú.

–Está bien mujer. ¡WTF! –Murmuró, pensando que ella no le oiría

–¡Ese lenguaje! Que los niños están delante.

Ricky y Rita se miraban el uno a la otra con cara de no entender nada. Esa noche, tocó cenar pizza precocinada,  y quemada. Pero Rocío no quiso hacer sangre y celebró la voluntad de su esposo por evolucionar. Otra de las normas que se pusieron en marcha esa noche, era la prohibición de elementos electrónicos en la mesa a la hora de comer. Resultó, que con ese simple cambio, los niños empezaron a socializar más con sus progenitores. Y en un par de semanas, ya empezaron a hablar. Luego, se arrepintieron y se dieron cuenta de que los preferían calladitos.

Poco a poco, las cosas empezaron a cambiar en la familia. Todas las tareas se hacían de modo compartido. Y si uno no podía atender a los niños el otro le cubría.

La asistenta-niñera empezó a hacer otras cosas de la casa, y los peques crecieron con sus padres más presentes. Rocío, consiguió otro ascenso, pero no el que ella quería, según le dijo su evaluadora, en la firma sentían que le faltaba compromiso. Pese a la nota negativa se conformó. El nuevo puesto le permitía conciliar mejor su vida profesional y personal. Richard, comenzó a traerse parte del trabajo a casa. Al contrario de lo que podría parecer, al compartir despacho con su esposa, trabajaba más a gusto, con mejor humor.

Los gemelos crecieron. Ricky desde los dieciocho se dedicó a dar clases de surf, de forma temporal, para pagarse los viajes a distintas playas a lo largo del planeta. Y así disfrutar de su deporte favorito. Su madre pasaba días enteros preocupada, pero casi todas las noches recibía algún mensaje o llamada, ya sea de voz o de video, para su tranquilidad. Rita, siguió con el negocio familiar. Amplió el despacho de sus padres, y captó nuevos clientes para el bufete de arquitectura que fundó su padre. Compartiendo mesa de dibujo, hasta el día en que decidió iniciar una vida en común con su pareja, llevándose a su nueva casa su parte del despacho.

Para Rocío. los años habían pasado muy rápido. Pero siempre recordaba aquel 8 de marzo, que le permitió llenar esos años de tantos y tan gratos recuerdos.

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