21 Jun
21Jun

El sábado por la tarde las pruebas del caso se habían multiplicado. Velázquez había tirado de todos sus contactos para que las periciales fueran por la vía de urgencia. Tampoco es que le costase demasiado, al fin y al cabo se trataba del asesinato de una compañera, y nadie iba a pasar «horas extras» a cargo de esas pesquisas.

La llamada al comisario de Arganda, tal y como había supuesto, era un callejón sin salida. Nadie del trabajo salía con la agente López. Y de ser así lo habrían llevado en secreto, de modo que tampoco podría ayudarlo

El ADN que se buscó en la sala era indeterminado. Cabía esperar ese resultado, dado que el asesino había tratado de limpiar su rastro, pero lo que no sabía el asesino era lo meticulosa que era la agente López. Tenía toda su información y su rastro digital a buen recaudo en «la nube», y eso, en los tiempos que corren, es mejor que el ADN.

Tras un par de llamadas, los técnicos del Servicio de Informática estaban en el despacho de la comisaria Vilches con la documentación necesaria para investigar en el éter digital perteneciente a la víctima.

―Vuelve a explicármelo, porque debo ser tonta.
―Necesito su firma para que el juez Padilla autorice a los chicos de informática el rastreo de la información digital de la víctima.
―¿Pero por qué no recurres a la división de ciberdelincuencia? Su nivel de autorización hace que no sea necesaria la visa del juez.
―Porque nuestros técnicos conocen a la perfección el entorno de la víctima, ellos fueron los que instalaron el sistema en su domicilio. Y con la autorización
judicial evitamos que un abogado anule las pruebas que puedan localizar. Serán técnicos informáticos, pero también son del cuerpo de Policía.
―Está bien. Todo sea por ayudar a esclarecer los hechos. Aunque todavía no ha llegado la información procedente de su comisaría.
―Esa es una vía muerta. Érica conocía al asesino, y tenía que tener cierta intimidad para poder acercarse tanto a ella. Y nada hace suponer que fuera algún compañero de trabajo porque hay demasiados ojos por allí que lo hubieran visto.
―Eso cierra, y mucho, el círculo de sospechosos.
―¡Y tanto! Deja solo uno. Pero necesito pruebas para echarle el lazo.


Velázquez salió junto a los técnicos de informática en dirección a la sala de ordenadores.

―¿Cómo aguantáis con este frío?
―Si no tuviéramos este aire acondicionado, el calor nos asaría vivos. Ya le he mandado la solicitud a la secretaria del juez. La había llamado con anterioridad, estaba esperando mi mensaje. No deberíamos tener que esperar demasiado.
  

Después de dos horas, lo que para los técnicos no era esperar demasiado, pero para Velázquez era una eternidad, se le habían acabado los palitos de regaliz, y se percató de que no había comido todavía. Así pues, decidió bajar al bar de la esquina. Todos los bares que están cerca de una comisaría cuentan con un menú asequible. Las guardias son muy largas, y el sueldo es muy corto. Otra cosa es la calidad de lo que se va a meter en el estómago. Al llegar allí tenía unos callos como plato del día, y unos flanes caseros. Aparte, claro, de elegir ensalada o sopa como primer plato. Le preguntó a Facundo, el propietario, si podía cambiar esos primeros por un poco de arroz blanco como guarnición de los callos.

  

―Desde luego, Velázquez, ¡siempre dando trabajo extra!
  

Esos callos con arroz blanco los remojó con un poco del «tinto de la casa». Otro matarratas que simplemente fermentaría en el estómago antes de que se diera cuenta de lo malo que era. El flan lo cambió por otro café, y así contrarrestaría el alcohol del matarratas.
  

―¿No tendrás regaliz por casualidad, Facundo?
―Pero ¿qué crees que es esto? ¿Tienes ahora niños que cuidar? Mira en la gasolinera de enfrente. Si allí no tienen, tendrás que ir al súper.
―¡Gracias, campeón! ¿Me dices lo que te debo?
―Por ser tú, dame diez euros.
―¡Joder! No me hagas tanto descuento, no sea que tengas que cerrar por quiebra.
―¡Serás borde! Encima he tenido que personalizar el plato. Otro día te mando al McDonald’s. A ver si allí te sale más barato. ¡Que te aguanten otros!


Cruzó la calle casi sin mirar si venían coches, lo que supuso el frenazo de un patinete, que él ni se molestó en mirar. Entre las golosinas de los expositores de la gasolinera había regaliz del rojo, pero no del negro. Ya era bastante sustituir los cigarros por esa golosina como para ahora cambiarla por otra que ni se le parece, más allá del nombre y de la forma.

El supermercado le quedaba lejos, pero tampoco tanto como para justificar el gasto en gasolina, y el metro lo dejaba casi tan lejos como ir a pie desde allí, por lo que echó a caminar mientras dejaba una vez más volar su memoria con recuerdos de Érica. En esta ocasión, ella estaba prendada de su brazo por el paseo de un parque lejano. No es que se escondieran, pero tampoco querían dar más explicaciones de las necesarias si se tropezaban con un conocido. Ella le permitía sentir cierta calma interior. Un estado de paz que ya nunca más volvió a conseguir tras su marcha. Con su sonrisa siempre lograba lo que quisiera de él. Y este paseo, hasta el súper, sin duda era gracias a ella. El tabaco lo podría conseguir en cualquier lugar, pero su sustituto le estaba costando más de la cuenta. Con eso y con todo rondándole en la cabeza, llegó al establecimiento. Entró directamente al pasillo de las golosinas. Sin lugar a dudas, el chocolate era el principal reclamo para los amigos de las caries, pero sí que había en un rinconcito unos paquetes pequeños de regaliz negro. Los cogió todos. Ni siquiera miró el precio, pero tenía claro que no volvería a darse ese paseo en mucho tiempo. Al salir, aprovechó para coger una botella de medio litro de agua. Le había entrado sed de repente. Le confirmó a la cajera su necesidad de una bolsa, y mientras ella metía las cosas en la misma él recordaba a Érica sacando una bolsita que siempre llevaba consigo para ayudar a mantener el planeta reduciendo el consumo de bolsas de plástico. Pagó, y tras beberse de un trago la mitad de la botella abrió uno de los paquetes de regaliz, se colocó en la comisura derecha el palito y volvió directo a la comisaría
  

Vilches lo esperaba impaciente.
  

―¿No tenías tanta prisa? ¿No ves las llamadas en el móvil?
―No me había dado cuenta de que lo tenía en silencio. ―Velázquez maniobraba con una mano sobre la pantalla de su smartphone, comprobando que efectivamente tenía varias llamadas perdidas. Y ya de paso volviéndolo a colocar en modo sonoro.
―Tengo a Padilla dándome la paliza con tu autorización. Lo has sacado de su comida para firmar un papel y no tienes al menos la delicadeza de contestarle a sus llamadas.
―Ya he dicho que no me había dado cuenta de que estaba en silencio. Enseguida lo llamo.
―Ahora mismo. Sin mayor demora. ¡Y quítate eso de la boca, que no eres un crío!


Si hubiera sido un cigarrillo, Velázquez le hubiera echado el humo a su jefa en la cara, pero con el sabor a regaliz tenía que conformarse con darse la vuelta y «pasar» de la última orden.


―Señor juez, soy el inspector Velázquez. Disculpe, tenía el móvil en silencio y no me había dado cuenta de sus llamadas.
―Pues para ser algo que tenía tanta prisa que no podría esperar hasta el lunes, bien podría haberse preocupado de tenerlo con el sonido activo.
―Tiene razón, señor. Yo es que soy bastante torpe con estas cosas. Si le soy sincero, ni siquiera sé cómo hice para ponerlo en silencio.
―Está bien, vamos al grano, que me ha interrumpido una comida familiar. ―Ante esta afirmación, Velázquez no dudó en pensar que igual en realidad le había hecho un favor. O que se lo habría hecho a sus familiares. ¿Quién sabe?
―El caso es que hemos encontrado los elementos sustraídos del lugar de los hechos, pero los han manipulado para que no fuera posible su uso. Los han destruido, vamos. Estoy esperando por la respuesta de la división forense, pero sé perfectamente quién se deshizo de los dispositivos.
―Y, entonces, ¿para qué quiere esas pesquisas digitales? Total, ya tiene las pruebas físicas.
―Así es, pero las necesito para trabajar en el móvil del crimen. Por algún motivo el asesino se llevó todo ese material. Y, aunque lo hemos pillado «con las manos en la masa», por así decirlo, no me gustan los flecos sueltos en las pruebas. ―Para Velázquez, usar esta palabra tenía carácter estratégico. El juez Padilla le había soltado más de un rapapolvo por los flecos que dejaba en sus investigaciones.
―Está bien, autorizaré el trabajo de los técnicos del Servicio de Informática de su comisaría en la intervención del entorno digital de la víctima, pero le advierto una cosa: no se deje ir con estas cosas, si el martes próximo no tengo sobre la mesa una propuesta de acusación, revocaré todas las diligencias previas que haya sobre la mesa. ―El juez quería cerciorarse de que le amargaba el fin de semana a Velázquez, aunque ignoraba que para él esto era una cuestión personal.
―No se preocupe por eso. El sospechoso se ha precipitado, y fruto de esa precipitación ha empezado a temerse blanco de las investigaciones. Deberá caer entre hoy y mañana.
―Eso espero. Adiós.


El juez no le dio tiempo ni a responder cortésmente, con lo que Velázquez se felicitó por no tener que ser más hipócrita de lo necesario. Acudió al despacho de los informáticos, que estaban recibiendo en ese instante la autorización judicial. 


―Vale, ¿nos vamos?

―¿A dónde?

―¿Dónde va a ser? A casa de la víctima.

―No es necesario. Allí solo queda el router, y podemos asaltarlo desde aquí. Tenemos su IP. Y dudo mucho que hubiera hecho caso a nuestra recomendación de colocar un firewall. Así que será coser y cantar.


Así las cosas, Velázquez arrastró una silla hasta la mesa del que le había respondido. Miraba cómo con la mano izquierda daba vueltas a un bolígrafo mientras con la derecha alternaba el teclado y el ratón. Llegó a una pantalla de la compañía de teléfonos, o eso creía él al ver su logo allí, y con un poco de magia acabó por entrar.


―Ya está. Te lo dije, coser y cantar.
―Vale, ¿podemos ver los datos de Érica?
―Podemos ver sus movimientos de entrada y salida, así como de los últimos dispositivos que se conectaron, o que lo intentaron hacer pero que no conocían la contraseña.
―¿Y ver las fotos de la nube?
―Eso lo podemos hacer en otro sistema. Ahora revisemos el historial. ¡Ajá! Como pensaba, hay un montón de interacciones a partir de la hora de la muerte, o al menos de la declaración de fallecimiento por los técnicos de urgencias. Antes, hay una conexión, y más tarde una desconexión de varios dispositivos. Si comparamos la hora de conexión le apuesto lo que quiera a que es aproximadamente a la hora del fallecimiento. Estas son las MAC de los equipos que se desconectaron. ―Le imprimieron una lista de números y letras que en nada le era útil a Velázquez―. Si se comparan con las máscaras de los dispositivos que eran propiedad de la agente López, el que sobre será del asesino.
―De acuerdo, identifica cuáles de esas son las de la víctima. La otra ya me ocuparé de identificarla en breve. Ahora vamos a ver qué es lo que trató de esconder.
―Eso es más fácil todavía. Tengo el acceso a sus cuentas en la nube. Aunque trató de destruir los dispositivos, estos son accesibles en remoto. Su portátil tiene una copia completa por seguridad, incluidas las bases de datos de contraseñas del sistema. ―Tras manejar múltiples ventanas, con movimientos que provocaban el salto de una pantalla a la que estaba a su lado, iba como descartando capas hasta que llegó a la que estaba buscando―. ¡Aquí está! Ya tengo el acceso a la nube de fotos. Podemos ver las últimas.


Pasaron varios meses de fotos, aproximadamente medio año, y en ninguna de ellas se veía al fotógrafo. En uno de esos repasos, Velázquez acabó por ver unas imágenes que le resultaban familiares.


―Espera, esas son las fotos que tenía impresas en su cómoda. Busca la foto donde se veía el reflejo del que estaba sacándola.
―¿Esta?
―Sí, esa misma. Trata de ampliar la foto en la parte del reflejo y, si es posible, limpia la imagen.
―Sin problema.


Como media hora más tarde, ya tenía una imagen de quién estaba detrás del objetivo.


―¡Ahí estás, grandísimo hijo de perra! Sabía que eras tú. Seguramente la foto que están escaneando y ampliando se verá peor que esta, ¿no?
―Claro, esta la estamos sacando del original. Siempre es mejor trabajar con el original.
―¡Muchas gracias! Sabía que podía contar con vosotros. Por favor, terminad de tramitar las órdenes de identificación, yo cursaré la orden de registro del domicilio del sospechoso.


El inspector salió del despacho de los informáticos con una sonrisa en la cara. Tenía a su presa agarrada por el cuello, solo tenía que apretar un poco para terminar de ahogarla.


―Muy bien. Ahora toca hacerle una visita al señor Moreno Quentan.


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