03 Mar
03Mar

Cuando Candela miraba al cielo, solía pensar en lo difícil que sería dejar fijas las estrellas. Un ligero aumento en el viento, y las cortinas de su madre revoloteaban. ¿Cómo era posible que las estrellas ni se inmutaran? Más tarde, aunque nada tuviera que ver, pensaba en algodón de azúcar. Es probable que para ella fuera inconexo este razonamiento, pero todos sabemos el motivo por el que pensaba en el algodón de azúcar.


En sus más íntimos pensamientos estaba cuando se daba cuenta de que su madre trataba de hablarle. Quería poder mirarla a los ojos, pero, sus destellos mentales la absorbían por completo.


- Candela, cariño, mira lo que tengo. Es tu puré favorito. Vamos, abre la boca.


La paciencia de su madre era infinita. No así la de su padre.

- Por Dios, María y José. ¿Para qué te empeñas? Simplemente ábrele la boca y métele la cuchara. Su impulso será tragar.

- ¡Pero que bruto eres Paco! Mira, mira, mira Candela.


La cena acabó, como suelen acabar las cenas en la casa de Candela. Con la mitad del plato lleno y frío. Y la otra mitad a poco en la cara de Candela o en el suelo, su vestido, etcétera. Pero, al menos, un cuarto del plato del puré favorito de Candela, sí que se lo comía. Y su madre tenía razón, le encantaba el puré de zanahoria y batata. Tenía un gustito dulzón, casi como una golosina, pero que además alimentaba.


Las mañanas tampoco eran tarea fácil. Candela era una señorita, y ya sabía bañarse sola. No le gustaba que su madre, ni mucho menos su padre, la lavaran. Eso no evitaba que, Flor, su madre, estuviera agazapada junto al quicio de la puerta del baño que, eso sí, se mantenía entornada. Por nada del mundo aceptaría cerrar la puerta del baño mientras «la niña» estaba sola. Tras la lucha diaria para peinar el, no demasiado corto, ni demasiado largo, pelo de Candela. Tocaba vestirla. Gusta de usar vestidos con una flor en su pecho. Hoy elegiría uno rojo. Candela no se lo decía a su madre; porque no sabía como decirle nada a su madre. Pero, le gustaban los vestidos con una flor en el pecho, porque Flor, era su madre.


El desayuno, sorprendentemente, fue muy bien. Se tomó el zumo ella sola, y a las tostadas solo le quedaron los bordes por comer. La mamá de Candela le dio dos besos muy sonoros, uno por mejilla, como recompensa.


- ¡Pero mira que guapa y qué mayor es nuestra niña Paco!

- Si, sí. Muy guapa. - Paco, apenas despegaba su rostro de su tableta digital, repasando las noticias de los diarios -

Se oyó la bocina del bus justo en ese momento.

- Ya ha llegado su transporte señorita. - Bromeaba Flor con Candela -


Candela se levantó, sin prisa, pero sin pausa. Se terminó de limpiar las comisuras de los labios, y enjuagó su boca con un sorbo de agua. - ¡Qué mayor parece! - Reflexionaba Flor al ver su autosuficiencia. Se dirigió a la puerta, y se paró junto a la mesita que flanqueaba el acceso. Allí, una mochila azul, con un broche central que siempre se le resistía tanto al cerrarlo como al abrirlo. Pero que se lo acabó por poner, una gorra con visera que evitaba los molestos rayos del sol. Y, antes de salir por la puerta. Se abrazó a su madre, muy fuerte. - Gracias mamá, que pases un buen día - pensó mientras la estrujaba.


Flor trataba de evitar otro día con los ojos empañados, y sus ojeras emborronadas por el rímel. Mientras le decía que se diera prisa o se iría el bus sin ella. Claro está que esto no iba a ocurrir en ningún caso, pero tenía que transmitirle lo importante de cumplir un horario.


Candela, al salir por su puerta se fijó en las nubes. Estas sí que se movían. Y entonces pensó, que a Dios debía gustarle mucho el algodón de azúcar.

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