Ya hace un año. Para tu lápida usé mármol blanco. Supongo que lo preferías al negro. Nunca te gustó ese color: el negro. Hice poner como epitafio tu frase favorita de James Dean: «vive rápido, muere joven y deja un cadáver bonito». Lo cierto es que siempre fuiste muy guapo. Y al morir no ibas a ser menos. Cada vez que paso por esa curva me entra un escalofrío tal, que hasta me falta la respiración. Nunca dejaste por escrito lo que deseabas. Igual preferías que te incineren. Pero, entonces no serías un «cadáver bonito». En fin, que ya ha pasado un año. No me acostumbro a tu ausencia. Cada mañana estiro la mano, como queriendo buscarte, con extrañeza al no sentir el calor a tu lado del colchón. Luego me acuerdo, y rompo a llorar. Sí, ya sé que es absurdo. Pero, nada es previsible, salvo la muerte. Pero, cómo reaccionamos ante la muerte de quienes amamos, tampoco es previsible. Recuerdo tu entierro, vinieron muchos amigos. Aunque solo con tu familia ya era muchísima gente. ¡Maldita curva! ¡Maldito camión! Me voy ya, o necesitaré otro paquete de clínex.
Ya han pasado dos años. Disculpa por no haber vuelto antes. Ya sabes cómo va esto. Simplemente, pasan los días. Y cuando te das cuenta, se vuelve a acercar el aniversario. He visto que alguien más te ha traído flores. Ninguno de tus familiares me había dicho que vendría. Pero me alegra, en cierta medida, que no solamente yo te recuerde. He limpiado un poco todo esto. Recuerdo perfectamente lo mal que llevabas mi desorden. Así que al menos ahora puedes descansar en paz. Disculpa el chiste, ya sé que no es de buen gusto, pero es que me lo has puesto fácil. La casa se me hace enorme. Ya casi no subo al piso de arriba. Hago toda la vida abajo. Incluso más de una vez me despierto en el sofá frente al televisor. Cuando eso pasa, simplemente lo apago y sigo durmiendo. ¿Recuerdas que tanta gente vino al entierro? Pues ya casi ninguna de esas personas me pregunta por tu recuerdo. Ni te nombran. Supongo que por temor a ponerme triste, en algunos casos. En otros casos, simplemente habrán pasado página. Siempre hay que pasar página. Tenías razón. El blanco de la lápida destaca mucho. ¡El negro es un color tan lúgubre! Me han propuesto un ascenso. Supone viajar más. Lo he aceptado, así no tengo que pasar por esa curva. Ni con el paso de los años consigo pasar por allí sin que me falte el aliento. Bueno, casi es la hora de cerrar. Trataré de venir más a menudo.
Son tres los años que han pasado. Sé perfectamente que la última vez te dije que trataría de venir más a menudo. Pero, en fin. Ya sabes cómo es esto. Y total, ya veo que te siguen visitando cuando yo no estoy. Eso sí, las flores se están pochando, así que las cambiaré. ¿Sabes una cosa? Me han hecho una buena oferta por la casa. Les he dicho que lo pensaré. Por un lado, me duele horrores irme. Por otro lado, es un alivio. Todos los recuerdos que tenemos allí me ponen triste. Es cierto que ya no tanto. El ascenso, y los viajes me han ayudado a salir del pozo en el que me estaba metiendo. Lo malo de la lápida blanca, es que con el sol se borran las letras, y casi no se lee tu epitafio. Intentaré que le vengan a dar un repaso aunque sea con un pincel. Así de paso la limpian, y estás más cómodo. Les dije que me lo pensaría, pero, en realidad, lo tengo decidido. Aceptaré su oferta. Además no es una mala oferta. Me da para liquidar la hipoteca y dar la entrada para un piso en el centro. Así, al menos, no tendré que seguir pasando por esa maldita curva.
En tu cuarto aniversario, pocas cosas tengo que decirte. Habrás supuesto que vendí la casa. Supones bien. Ahora, estoy más cerca del trabajo. Y también tengo cerca a mis amistades y familiares. Bueno, si que tengo una novedad. He conocido a otra persona. Es un compañero del trabajo. No te preocupes, no lo conoces. Pertenece a otra oficina. Cuando tenía que viajar siempre me recogía en el aeropuerto. Es muy gracioso. A ti te gustaría. Te caería bien. ¡Eso seguro! Me ha pedido que vivamos bajo el mismo techo. Pero no pienso irme de la ciudad. Así que igual pide el traslado. Ya sé que no vengo sino una vez al año a visitarte, y que si es así, ¿qué más da si estoy en otra ciudad? Lo sé, pero no es lo mismo. Sería como abandonarte, y yo no te haría eso. Yo al menos no. La soledad, es una muy mala compañía. ¡A ti te lo voy a decir! Dirás. Pero, yo no te abandoné. Tú dirás que tampoco me abandonaste. Pero, esa maldita curva, siempre la tomabas demasiado cerrada, demasiado rápido. De acuerdo, no te haré reproches. Total, seguramente tú perdiste más que yo. Creo que debería irme. Te veo el año que viene.
Un lustro. Dicho así parece que ha pasado más tiempo ¿verdad? Bueno, lo cierto es que cinco años dan para mucho. La última vez que hablamos te dije que había conocido a alguien. Ya se ha mudado. Como no le daban el traslado, pidió una excedencia y se trasladó para buscar trabajo aquí. De momento no ha conseguido nada. Pero es muy optimista. Seguro que encuentra algo pronto. De todas formas, yo viajo cada dos semanas así que tampoco es que pasemos tanto tiempo juntos. Supongo que gracias a eso hemos durado casi un año. Porque no tiene que aguantarme tan a menudo. ¡Te lo he quitado de la boca! ¿Verdad? Bromas aparte, creo que es el camino correcto. Nunca te he olvidado, y desde luego mi relación no es como la que teníamos. Pero tú te quedaste en una curva. Y yo tenía que seguir adelante. De momento no nos planteamos boda ni nada de eso. Simplemente, convivencia. Veo que te han dejado bien arreglado el apartamentito. El repaso de las letras y la limpieza le da otro aspecto. Ahora sí que destacas entre tanta tristeza. Tu luz siempre destacaba entre tanta sombra. Viniendo para aquí había decidido no dejarme arrastrar por la tristeza. Así que no caeré. El año que viene traeré un ramo de tu flor favorita, a pesar de vender la casa, el jardín sigue floreciendo. Seguro que me dejarán coger unas pocas para traerlas.
El infortunio nos ha querido reunir otra vez aquí. A los pies de esta loma, que destacaba por la blanca lápida y su sentencia: «vive rápido, muere joven y deja un cadáver bonito». Y digo sentencia, porque, apenas se ha cumplido el sexto aniversario, y hemos de traer su acompañante para el resto de la eternidad. Acudía seguramente hasta esta tierra de tranquilo reposo, con un bonito ramo por depositar, cuando, en la misma curva que se llevó a este joven, en otro lamentable accidente, nos arrebató sin duda antes de tiempo, otra joven vida. Y es que, nunca seremos capaces de calmar el dolor de una pérdida. Pero cuando esa pérdida es doble, y con tan poco tiempo de diferencia, y en el mismo fatídico lugar, lo único que podemos hacer es preguntarnos cómo es posible que estas cosas pasen. Y en la retórica abrazarnos, cual consuelo se tratara, y rezar junto a su blanca lápida, por el descanso eterno de sus almas.