30 Jul
30Jul

Larvo es una pequeña hormiga obrera. Realmente no se llama así. Le pusieron Federico25, en honor a su padre, y porque tenía otros 24 hermanos llamados igual en el momento de nacer. Pero siempre le llamaban Larvo, porque apenas creció tras ser eso, una larva.

Larvo se había acostumbrado a que le llamasen así. Incluso lo prefería a Federico25. Ya que solo lo usaban cuando estaban a punto de echarle una bronca por alguna razón.

En su día a día, Larvo puede trasladar dos mil veces su propio peso. Que igual para ti lector es poca cosa. Pero para él suponía un gran esfuerzo. Estaba orgulloso de su trabajo, pero sentía que le faltaba algo.

Aunque no caía en el juego de quienes recurrentemente le hicieran algún tipo de broma o comentario más o menos hiriente sobre su tamaño. Lo cierto era que un poquito de daño sí que le hacían, pero lo disimulaba bien.

En más de una ocasión, por su trabajo, se relacionaba con alguna hormiguita que le parecía sexy cuando dirigía las filas de obreras o las que llevaban el control de los almacenes de comida. Pero, por el contrario, ellas no se fijaban en él.

Larvo no tenía ningún problema con que una hormiga hembra le diera órdenes. Como sí que lo tenían algunos de sus compañeros más altos y fuertes -podían trasladar más del doble del peso que él llevaba-. Sin embargo, con eso y con todo, al acabar la jornada, lo normal era que él acabara solo en su minúscula estancia del hormiguero; mientras que sus compañeros solían pasar la noche en compañía femenina. De esos momentos de soledad aprendió a sacar partido, estudiando hasta caer dormido. Se estaba preparando una oposición para gestión de almacenes. Al fin y al cabo, no había ninguna ley que prohibiera a una obrera realizar tareas de dirección.

Un buen día, presentó su solicitud en la oficina principal del hormiguero.

-     Muy gracioso -le respondió una hormiga entrada en años que recibía los formularios-. Ahora vete a tu obra, que seguramente estará tu capataz buscándote.

-     No es ninguna broma. Quiero presentarme a un puesto de dirección de almacén.

-     Vamos a ver, muchachito. Soy demasiado mayor para perder el tiempo con tonterías. En todos los años que llevo aceptando, registrando y tramitando formularios, nunca un obrero se ha presentado a trabajar en dirección.

-     Pues ahora ya puede decir que lo ha visto todo.

-     Te advierto de que como le ponga el sello ya no habrá marcha atrás. Tendrás que asistir a las pruebas. Sin faltar a ninguna.

-     Lo sé, gracias.


La hormiga mayor puso el sello por triplicado, mientras farfullaba algo sobre los jóvenes y sus cosas.

A Larvo se le veía una enorme sonrisa cuando salió del despacho con sus dos ejemplares sellados. Estaba en una nube. Tanto era así que se despistó y se le pasó la entrada a la obra a la que estaba asignado. Cuando por fin llegó a su lugar de trabajo, por supuesto, su capataz lo estaba buscando.

-     Llegas tarde. Te diría que recuperes el tiempo perdido, pero no pienso quedarme a comprobar que lo cumples. Así que te lo descontaré de la paga. 

-     No hay problema. - Le respondió con la misma sonrisa que portaba desde que salió de las oficinas principales.

-     ¿Qué te hace tanta gracia?

-     Nada, señor. - Pensó que el tiempo que le quedaba como hormiga obrera mejor sería pasarlo sin mayores problemas, y disimuló para que su capataz no se diera cuenta del auténtico motivo de su alegría.


Al acabar la jornada, una hormiga oficial se dirigió a Larvo. 

-     Ha llegado a mis antenas que quieres presentarte a las oposiciones para gestión de almacén.

-     Así es, hoy mismo he entregado mi solicitud.

-     Nunca habría pensado que fueras una de esas hormigas «disidentes». Te tenía por una buena hormiga obrera Federico25.

-     ¿Por qué iba a ser «disidente»? ¿Porque quiero mejorar mi vida? Es obvio que mi lugar no es la obra.

-     ¡No digas tonterías! El lugar de una hormiga obrera es la obra. Y no un despacho del almacén.

-     Mire a su alrededor. ¿Acaso vamos escasos de mano de obra? Yo creo que no. Ahora míreme a mí. ¿Cree que con esta hormiga obrera se avanzará más en la obra? Convendrá conmigo en que tampoco. 

-     Pero eres una hormiga obrera. Y debes hacer lo mejor para la comunidad. Si cada uno fuera al puesto que le apeteciera, sería el caos. Necesitamos un orden, y ese orden ya está establecido.

-     ¿Y quién dice eso? ¿Quién decidió ese orden? Lo mejor para la comunidad es que cada individuo aporte a esa comunidad lo mejor de sí mismo. Independientemente de su lugar de origen. Además, no es ilegal lo que yo quiero hacer. Y ni siquiera he hecho el examen, igual no lo paso y toda esta discusión sería estéril.

-     Veo que no estás dispuesto a entrar en razón. Pero en una cosa estás en lo cierto. Todavía no has superado el examen, y a fecha de hoy sigues siendo una hormiga obrera. Por lo que he podido ver, hoy no has cumplido con tu horario.

-     Ya mi capataz me ha advertido de que me lo descontarán de la paga.

-     No es tan sencillo, no he aceptado ese abono en cuenta, debes quedarte y hacer tu tarea por dos horas más.

-     ¡¿Dos horas?! Si me he retrasado poco más de media hora.

-     Eso no es lo que a mí me consta. Además se te puede sancionar por incumplimiento. Si necesitas que te recuerde el reglamento, entonces es que igual no deberías hacer esa oposición.

-     No hace falta, gracias. Ya sé lo que dice el reglamento. Haré mis dos horas extras.


El objetivo de la hormiga oficial era doble: por un lado agotar a Larvo para que no tuviera fuerzas ni tiempo para seguir preparándose las oposiciones. Y por otro lado, hacerle entender a la hormiga obrera en primera instancia, y al resto por extensión, que enfrentarse al sistema tiene consecuencias. Y al menos, su primera intención la consiguió: al tener que trabajar él solo, Larvo manejó en exceso material de la obra, con el consiguiente cansancio. Este cansancio se vio reflejado en su rostro, y cuando llegaba a casa, su vecina Lila se lo hizo saber.

-     Pero, ¿de dónde vienes a estas horas? ¡Tienes una pinta horrible!

-     Gracias Lila, yo también te quiero.

-     A ver, no te lo digo con mala intención, sino para que te cuides. Así no estarás en disposición de la prueba de mañana.

-     ¿Mañana? ¿Qué prueba?

-     Sí, para eso vine a tu casa, para avisarte de que han adelantado para mañana la primera de las pruebas de la oposición. Nadie sabe el motivo, pero extrañamente se han dado mucha prisa para esta convocatoria.

-     Yo sí que me imagino el motivo - susurró Larvo para sí mismo.

-     ¿Cómo dices?

-     No, nada, cosas mías. ¿Y dónde dices que será la prueba?


Las hormigas que acuden a pruebas de selección son liberadas de sus funciones esos días. Con la única obligación de avisar a sus superiores. Afortunadamente, en el día anterior a la primera prueba, Larvo había llevado consigo la solicitud sellada para la obra y se la entregó al oficial de administración. Con lo que se evitó tener que acudir ese día a la obra. Encima, habían decidido que la primera de las pruebas se realizaría en el almacén sur. Cuando su apartamento está en la zona norte del hormiguero. Corrió y corrió todo lo que sus cortitas patas le permitieron. Hasta que llegó casi sin aliento al almacén, a tiempo para la llamada de aspirantes.

-     ¿Ana? -Entre las hormigas presentes se oyó un repentino rumor por lo raro del nombre.

-     ¡Presente!

-     ¿Estrella33?

-     ¡Presente!

-     ¿Federico25?

-     ¡Presente! -Gritó todo lo que pudo tras la carrera, pero no fue suficiente.

-     ¿Federico25? -Repitió la encargada del llamamiento.

-     ¡Presente! -Gritó Lila por él.

-     Gracias amiga, no creo que hubiera podido gritar más ahora.

-     Deberías reponer fuerzas.


Cuando ya estaban en el centro del almacén todas las hormigas que acudieron a la prueba adelantada, comenzaron a lanzarles artículos de diferente tamaño y condición desde todos lados. Algunas de las hormigas empezaron a gritar como cigarras por la repentina lluvia de objetos. Estaban simulando el derrumbe de uno de los depósitos, y la prueba consistía en recuperar el mayor número de objetos y colocarlos a salvo en otro de los depósitos del almacén.

-     Vamos Lila, recoge todo lo que puedas, y acompáñame al depósito anexo.

-     Pero no puedo con tantas cosas como tú.

-     No te preocupes, tú pilla lo más ligero, que yo cogeré lo más pesado.


Entre los dos cogieron suficientes cosas como para un par de meses de la colonia. No solo por la cantidad de cosas pesadas que podía llevar Larvo, sino porque al ir juntos, se apoyaron entre los dos montones y consiguieron añadir más cosas. Como era de suponer, obtuvieron la mayor puntuación, mientras que más de la mitad de las hormigas aspirantes fueron descartadas al no saber reaccionar ante un evento de esta magnitud.

De camino a casa, los dos vecinos iban riendo y celebrando. Cuando, a mitad de camino, la hormiga oficial se plantó delante de las dos hormigas candidatas. 

-     Lila, creo que te están buscando en tu casa.

-     No creo, no. Yo avisé a mi madre.

-     Lila, no pasa nada, vete adelantándote. Luego seguimos charlando.

-     Vale. ¡Hasta luego!

-     ¿Ahora qué? ¿Tiene algún truco sucio más escondido entre las patas para tratar de conseguir que suspenda?

-     No sé a qué te refieres.

-     No, ya, claro.

-     Escucha, Federico25: no te conviene lo más mínimo hacerme enfadar. Hasta que terminen las pruebas seguirás siendo una hormiga obrera. Y todos sabemos que en las obras ocurren accidentes.


Larvo no pudo darle réplica a la amenaza nada velada que le acababan de hacer. Primero, porque la oficial se marchó sin esperar respuesta. Y segundo, porque se había quedado sin habla. Nunca pensó que pudiera ser para tanto, lo de su interés por cambiar de trabajo.

Al día siguiente en su obra, el capataz estaba muy atento a todo lo que Larvo necesitaba. Estaba muy amable con él, algo del todo inusual.

-     ¡Oye tú, Sansón111! ¿Acaso no ves que llevas menos carga que el compañero Larvo? Coge la mitad de su carga y ve más rápido, me da igual que estés con resaca.

»      ¿Estás bien Larvo? ¿Necesitas algo? Estos hormigones, son todos cabezas huecas, ¿verdad? Menos mal que estamos nosotros por aquí para guiarlos. Porque supongo que llegarás a capataz. Eres de los nuestros. - Le dio un codazo con dos de sus patas delanteras izquierdas, que le desestabilizó un poco la carga, afortunadamente ahora era tan pequeña, que no le supuso ningún problema recomponerse.

-     Gracias, pero no hace falta, de verdad, voy bien.


La jornada continuó sin ningún tipo de incidente, por lo que pudo ponerse a estudiar tranquilamente. Lila volvió esa misma noche a su casa.

-     Oye, ¿me puedes ayudar con lo de los cálculos tridimensionales?

-     Es muy sencillo, simplemente tienes que imaginar cómo son las piezas a colocar y luego imaginar el hueco donde lo vas a poner, de entre los que estén libres.

-     Eso ya lo sé, pero eso de imaginar no se me da tan bien como a ti. Tú siempre tienes la cabeza en otra parte.

-     ¡Buenoooo! Alguien hoy está de mal humor. ¿No te parece suficiente haber pasado la primera prueba para estar contenta?

-     Por supuesto que estoy contenta con lo de la primera prueba. Pero no basta con eso. Aquello no fue sino el aperitivo, y contigo al lado se hace todo más complicado.

-     ¿A qué te refieres?

-     Pues que las pruebas serán más difíciles que otros años, porque quieren que falles.

-     Veo que te has dado cuenta.

-     Claro, no soy ciega ni tonta. ¿Sabes? A lo mejor ni tú eres tan listo como crees, y sí que estás un poco ciego.

-     ¿Y de qué demonios estás hablando ahora?

-     Nada, yo sé lo que me digo.

-     Vale, no discutamos. Vamos a hacer una prueba. Yo te voy a enseñar un objeto, y después de verlo bien tú cerrarás los ojos. ¿Ok?

-     De acuerdo. - Larvo se sacó un objeto de detrás del cuerpo, algo informe que parecía hubiera tallado en sus ratos libres.

-     Míralo bien. Ahora cierra muy fuerte, muy fuerte los ojos. ¿Qué ves?

-     Veo como una especie de figura en el aire.

-     ¡Muy bien! Esa es la idea. No es cuestión de imaginación, tu cerebro es capaz de retener esa imagen que considera de gran importancia para ti y reproducirla. Simplemente debes concentrarte, él sabe lo que es importante para ti. Es, por decirlo así, un instinto básico.

-     Ahora lo entiendo. ¡Muchas gracias!


Lila le saltó encima a Larvo, y le dio un fuerte abrazo con todas sus patas delanteras. Mientras, Larvo no sabía qué hacer con las suyas, y simplemente le dio unos toques de aprobación en el hombro de su vecina. Pasados unos segundos, cada uno recobró la compostura y se separaron.

-     Esto… Creo que debería irme a casa.

-     Sí, y yo creo que debería concentrarme y volver a estudiar.

-     Muy bien, hasta mañana entonces.


Larvo volvió a su mesita, para continuar estudiando. Pero, por más que lo intentaba, no se centraba en los textos que tenía en la mesa. Al cerrar los ojos, veía la figura de los dos vecinos abrazados, como dando vueltas en el aire. - ¿Cómo puede pasar esto? Si es Lila. No es una chica. - Para Larvo, el desconcierto le terminó de sacar de su tranquila estancia, y se puso a pasear. Andando, andando, acabó llegando a una de las salidas del hormiguero. Miró arriba y vio la luna. Estaba llena, y permitía alumbrar todo lo que tenía alrededor. Se veía mucha vida, para quién sabía dónde mirar. Todo tipo de insectos estaban revoloteando por ahí, como celebrando la luna llena, que les permitía moverse con más libertad por el prado. Y entonces se dio cuenta de que la vida es algo más que concentrarse en el trabajo. Y que, si pierdes demasiado tiempo y esfuerzo en esas cosas, se te pasarán las noches de luna llena. Volvió a su madriguera, y fue directo a la cama. Mañana sería un día duro.

Gracias a la ayuda recibida por Larvo, Lila acabó segunda en la prueba de reordenación del almacén. Se lo tomó como si fuera un juego, donde iba colocando piezas de múltiples formas variadas, que iba girando en su cabeza hasta que veía la postura en que encajaba en el mejor de los huecos disponibles. Obviamente, su vecino fue el primero.

La siguiente de las pruebas era más teórica, y en esta Lila superó a Larvo, quien incluso cedió varios puestos. En el fondo, lo que mejor se le daba a él eran las tareas más físicas que las teóricas. Y la semana siguiente ya era un examen tipo test, que también le salió medio regular a Larvo, aunque sí que superó la prueba.

Dos semanas más tarde era la última prueba, una entrevista con alguna de las hormigas oficiales. Mientras caminaba hasta el despacho donde fue citado, se le aceleró el pulso, tenía un mal presentimiento. Y al abrir la puerta, se confirmó. La oficial que le entrevistaría era la misma que le había amenazado de forma poco sutil, la última vez que hablaron.

-     ¡Hola Federico25! Veo que has llegado hasta el final en tu pretensión de desestabilizar el hormiguero.

-     Como ya le he dicho, no tengo ningún interés en esas cosas. Solo quiero mejorar mi vida. Darle al colectivo la mejor versión de mí mismo.

-     Comprendo. ¿Y sigues sin darte cuenta de que tu lugar en la comunidad es la obra?

-     ¿Pues sabe una cosa? La verdad es que, haciendo estas pruebas me he dado cuenta de que esa opción es algo más que una posibilidad. Se puede estar en la obra y no ser necesariamente una hormiga de carga. Por ejemplo, se puede ser capataz.

-     Me alegra que pienses así. Y de hecho, me alegra que hables de ese puesto en concreto.

-     ¿Y eso?

-     Debo darte una mala noticia. - Ahora quien sonreía era la hormiga oficial-. Cometiste una infracción al reglamento, que te excluye de las pruebas de la oposición. Pero, como soy generosa, no te sancionaré además con pérdida de sueldo ni aumento de horas de trabajo.

-     ¿Infracción? ¡No he cometido ninguna infracción al reglamento!

-     ¿No? ¿Y qué hay de la obligación de notificar a tus superiores de la obra de qué vas a faltar por las pruebas de acceso?

-     Notifiqué el primer día, presenté la copia sellada al oficial de la oficina de la obra.

-     Cierto. Al oficial. Un superior. En singular. La norma dice «superiores». No le dijiste nada a tu capataz. Que es tu inmediato superior. - La cara de Larvo era un poema; una mera cuestión semántica le había dejado fuera de su sueño de dirigir un almacén.

-     Pero, él lo supo siempre, cada vez que salía se lo avisaba en el turno anterior.

-     En las siguientes pruebas sí. Pero no en la primera de todas.

-     Al final sí que le salió bien la jugada de adelantar sorpresivamente la primera de las pruebas de acceso.

-     Sigo sin saber de lo que me hablas. Pero, gracias. Ahora, tengo una propuesta para ti. Si sales de aquí, sin armar ningún escándalo y aceptando haber suspendido la oposición. Mantendré mi oferta de no sancionar tu error con sueldo ni horas extras. Podrás acudir mañana a tu lugar de trabajo sin ninguna represalia; además creo que tu capataz habla muy bien de ti últimamente. - Larvo comenzó a sentir como se le ponía roja la cara y le ardían las antenas por el enfado que estaba adquiriendo-. Además, creo que tienes una amiga que está ayudándote, y está bien posicionada en la lista de opositores. Te ayuda tanto, que incluso respondió por ti en una de las llamadas a candidatos. ¿No es cierto? - Todo ese ardor que sentía Larvo desapareció de golpe. Ahora casi se congeló, mientras veía como frotaba sus patas delanteras la oficial.

-     De acuerdo. Gracias por haberme dado esta oportunidad. Mañana mismo me presentaré en mi puesto.


Larvo se levantó de su asiento, y caminando hacia atrás, tenía un miedo instintivo a darle la espalda a la hormiga oficial. Al sentir la puerta, la abrió sin dejar de mirar a su examinador. Salió directo por el pasillo hasta el exterior de las oficinas centrales. Allí con una piedra de asiento, esperó por Lila.

-     ¡He aprobado! ¡He aprobado! - Repetía Lila una y otra vez mientras iba corriendo a los brazos de Larvo.

-     ¡Cuánto me alegro! Estaba seguro de que lo conseguirías.

-     Mañana mismo podremos ir a elegir destino.

-     No, yo no lo he conseguido.

-     ¿Cómo? Eso no es posible, si eres el mejor candidato con diferencia. Puede que en la teoría seas un poco zoquete, pero no hay mejor director de almacén en toda la colonia, de eso estoy segura.

-     Gracias, yo también te quiero.

-     Que no te lo digo de malas, es un cumplido.

-     No me entiendes.

-     ¿Qué?

-     Yo también te quiero.


Lila se calló de repente. Acababa de entender el mensaje. Hablar lo estropearía, por lo que decidió darle un fuerte abrazo a Larvo. Quien por fin se había dado cuenta de lo que ella sentía por él desde siempre. Se miraron tras separarse lo justo, y sellaron el momento con un tierno beso de hormiga.

Pasados unos meses, Lila subía por una de las chimeneas del hormiguero, hasta el escondite preferido de Larvo.

-     Mira, ha llegado esto.

-     ¿Qué es?

-     Han aceptado tu ascenso a capataz. ¿Estás contento?

-     ¿Te has fijado lo brillante que se ve todo con la luna llena? - Lila usó sus dos patas delanteras derechas para agarrar las dos izquierdas de Larvo y colocar su cabeza sobre su hombro.

-     Sí, es muy hermoso el prado visto desde aquí.

-     En respuesta a tu pregunta: sí, estoy muy contento.



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