02 Dec
02Dec

- Papá, ¿me puedes ayudar con la tarea? 

- ¿No ves que estoy ocupado? Mejor se lo pides a tu madre. 

- Vale. 

Valeria tenía en sus manos el cartón, pegamento y macarrones para la postal de felicitación por el día de la madre. Solo tenía ocho años, pero hasta ella sabía que su madre no podía ayudarla con esa tarea. Así que probó suerte con su hermana.  

- Laura, ¿me puedes ayudar con la tarea? 

- ¿Cómo dices? -Laura se quitó los auriculares de los oídos, y aun así se seguía oyendo el estruendo por los minúsculos altavoces.

- Que si ¿me puedes ayudar con esta tarea? Tengo que hacerle la postal a mamá, y papá está muy ocupado. 

- ¿Y crees que yo tengo tiempo para esas tonterías? 

Se volvió a colocar los cascos y continuó con los rápidos movimientos de dedos sobre la pantalla de su teléfono, al tiempo que empujaba la puerta de su habitación con el pie izquierdo. Pocas opciones le quedaban a Valeria. Se le ocurrió que quizá, su amiga Rita podía ayudarla. Seguramente ella ya habría terminado la suya.  

- Mamá, bajo a casa de Rita. 

- ¿Has terminado la tarea hija? 

- Voy a terminarla con ella. 

- Está bien, pero no te entretengas, que luego se te hace tarde para cenar. Y hoy cenamos macarrones, tus favoritos. 

En realidad, Valeria estaba empezando a sentir cierto rechazo por los macarrones. 

- Macarrones, macarrones ¡Dichosos macarrones! Pensaba mientras tocaba el timbre de su amiga Rita. 

- ¡Hola Valeria! Rita está haciendo sus deberes. Ahora no puede jugar.  

- No se preocupe, Doña Fefita. He venido para hacer la tarea juntas.  

Al tiempo, trataba de esconder sus materiales tras la espalda, para no chafarle la sorpresa a la madre de Rita. 

- De acuerdo, pasa. Pero no os entretengáis, que ya pronto será la hora de cenar. 

Cuando entró en la habitación de Rita, ésta se sobresaltó, y cubrió lo que estaba haciendo con lo que tenía más a mano: un pijama. 

- Valeria, ¡menudo susto me has dado! Creí que eras mi madre. 

- ¿Tú tampoco has terminado? 

- No. Resulta que hoy mi padre volverá más tarde a casa. Y el tonto de mi hermano, se me quedó mirando sin decir nada, mientras se fumaba uno de sus cigarros tan olorosos. Sin mover ni un dedo por ayudarme. Y mira, aquí estoy toda llena de pegamento. 

Las niñas, al ver el panorama que tenían delante, rompieron a reír. A carcajada limpia. Tan escandalosas, que Doña Fefita las avisó desde la cocina, de que no se distrajeran y terminaran sus deberes, o se iban a enterar. 

- ¡Schsssst! ¡Calla! Que todavía nos castigan. - Rita se tuvo que tapar la boca. Al pensar que encima la castigarían por hacerle a la madre, ella sola, la postal de macarrones. 

- Está bien Rita, yo he visto un vídeo por Youtube y no parecía tan difícil. Si quieres lo vemos las dos juntas y a lo mejor se nos ocurre cómo hacerlo sin que se caigan los macarrones, ni llenarnos de pegamento.  

Quince minutos más tarde, y tres anuncios publicitarios de pasta después, las niñas creían tener claro los conceptos básicos. Volcaron los macarrones entre las dos cartulinas, y al ver que eran distintos, se le ocurrió que podían mezclarlos y así serían más vistosos. Se pusieron dos bolsitas de fruta como guantes, ya que no disponían de unos de verdad. E iban aplicando con calma y concentración el adhesivo sobre la cartulina. Acabaron con los tubos de pasta y casi con el pegue, y todavía les quedaba por poner MAMÁ. Entonces Rita le dijo que esperara allí. Volvió con un tubo de purpurina que su madre usaba a veces cuando salía con su padre. Dibujó con el pegamento las letras M A M Á. Y más tarde, espolvoreó el brillante polvo de su madre. Valeria copió la técnica de su amiga, y al acabar pasaron servilletas por el escritorio. Para no dejar pruebas del trabajo allí realizado.  

- ¿Tienes una bolsa que quepa la mía? 

- Sí, toma. Esta del súper es lo suficientemente grande. Las niñas se fundieron en un abrazo al ver que lo habían conseguido juntas. 

- ¡Gracias amiga!  

- No, gracias a ti. Se dieron un beso de despedida, y Valeria se tropezó con la Madre de Rita mientras salía. 

- ¿Ya te vas? Menos mal, ya iba a avisar a Rita, en cinco minutos cenamos. Y tú sube rápido que tu madre me ha enviado un mensaje, que se te enfría la cena. 

- ¡Gracias Doña Fefita, Rita ya sale también! 

Valeria gritó desde la puerta, para que su amiga oyera que su madre se acercaba. El truco le dio el tiempo suficiente para ocultar en un cajón, el regalo y el tubo de purpurina.

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