28 Dec
28Dec


- Celia, cariño, ¿no ibas a ayudarme a poner la mesa?


Sabrina es la madre de Celia, y como cada 24 de diciembre, se le hacen pocas las horas para los preparativos de nochebuena. Cogió una montaña de platos, casi toda su «vajilla buena», y con el equilibrio que caracteriza llevar esos platos, se acercó a la mesa del comedor. 

- Plato llano, plato hondo, panecillo. Plato llano, plato hondo, panecillo…


De repente, se quedó congelada, con un juego de platos en la mano. Se sorprendió a sí misma preparando un servicio de más. Ya nadie ocuparía aquella esquina de la mesa. Pero la costumbre la llevó hasta ese mismo instante, tantas veces repetido año tras año.

Y, como si de una reproducción en 3D se tratase, se vió en aquella estancia, años atrás. Pero como mera observadora. En aquella ocasión era su propia madre quien le pedía que le pasara los platos, para irlos colocando en su lugar, y en el orden correcto, repitiendo, aquella musiquilla:

- Plato llano, plato hondo, panecillo. Plato llano, plato hondo, panecillo…


Mientras lo hacía, la Sabrina de aquel entonces. Que podría tener la edad de Celia hoy. Le pasaba platos a su madre, que los recibía con una sonrisa, y aquel peculiar brillo en los ojos.

- Mamá. ¿Estás llorando? - Celia la sacó de su ensoñación.

- Tranquila, mi niña. No pasa nada. - Le decía mientras le cogía la cara desde la barbilla, con sendas manos en forma de «V»- ¿Sabes una cosa? Tienes los ojos de tu abuela.


Antes de continuar con el ritual, la abrazó y le llenó el rostro de besos. Justo hasta que Celia consiguió quitársela de encima con una sonrisa. Y ahora, de los labios de la nieta, se oía repetir la cantinela de la hija, que aprendió de la abuela:

- Plato llano, plato hondo, panecillo. Plato llano, plato hondo, panecillo…



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