03 Jan
03Jan

Laura camina hasta su casa. No quiso que su amiga la acompañara en el coche, porque estaba algo pasada después de celebrar el cumpleaños de Pedro. Ahora se arrepiente de no haber parado un taxi; resulta que están en obras y toda la acera que precede a la de su casa está a oscuras.


Acaba de oír un ruido detrás suyo. Se aferra con más ímpetu al asa de su bolso con la mano izquierda, mientras con la derecha busca palpando su llavero. Aquel que le regalaron con forma de flecha, y que, llegado el caso, podría usarlo para defenderse.


Mira de reojo a derecha y a izquierda. Está segura de que alguien la persigue. Cambia de acera para cerciorarse. No ve ninguna imagen o sombra de imagen que cambie de acera con ella. Aun así, acelera el paso. Tanto, que no ve un socavón y casi cae de bruces. Afortunadamente se pudo agarrar a una de esas farolas apagadas.

Se detiene para tomar aliento. Aunque, su pulso no parece estar de acuerdo con el plan. Aprovecha para sacar la llave, con su llavero. Mira a derecha e izquierda, y vuelve a cruzar y cambiar de acera. Desde aquí ya se ve su portal.

Va erguida hacia el mismo, cuando, esta vez sí, se da cuenta de que alguien la sigue. Acelera. La otra persona parece ser un hombre, aunque no se ha detenido a mirar bien. Ya ve sus escaleras. La otra persona parece que también aprieta el paso. A Laura le cuesta respirar por el trote y la mascarilla.

Por fin, las escaleras de acceso a su portal están a unos cien metros. En esta urbanización han instalado sensores de movimiento en los portales. Y a medida que avanza, pasando sus edificios vecinos, se van encendiendo y apagando esas lámparas. Ya no tiene ninguna duda, dos portales detrás de ella se ha encendido una luz, como consecuencia de que alguien pasó por delante. Busca nerviosa su llave, y pone el pié derecho en el primer escalón. El izquiero en el tercero, y así de dos en dos hasta que llega al portal. Con la lumbre del bombillo de la entrada. Consigue por fin localizar la llave, y la pasa mirando hacia atrás. Ve a un hombre, bastante corpulento subiendo su escalera, se apresura a entrar, cuando le oye dirigirse a ella:

- ¡Espera, no cierres!.


Laura no hace caso y cierra dando un portazo. Viendo al hombre tras el cristal sacar una llave de su bolsillo.

- Perdona, soy el nuevo vecino del quinto. Me llamo Antonio. - Al tiempo, introduce su propia llave, y la gira. - ¿Lo ves?

- ¡Ay! Disculpa. Vas a pensar que soy una loca. Me llamo Laura. Yo vivo en el cuarto. 

- Para nada mujer. Es comprensible, con esta oscuridad. Si quieres, puedes subir tú sola en el ascensor, mientras yo cierro con llave.

- No te preocupes, te espero.

Aquel hombre, que decía llamarse Antonio, miró a un lado y al otro de la calle, justo antes de esbozar una sonrisa y cerrar con llave el portal.

Comentarios
* No se publicará la dirección de correo electrónico en el sitio web.