19 Dec
19Dec

Rowen es un reno de los especiales. Sí, ya sabes. De esos que pueden volar.

En la granja de Papá Noel, también llamado Santa Claus por algunos, o simplemente Santa por los más allegados. Los jóvenes renos se entrenan para sustituir a los afamados renos que tiran del trineo en la noche víspera de navidad. Para llegar hasta el último rincón del planeta donde tenga que ser entregado un regalo lleno de magia.

Ese año, había cundido el rumor de que al menos uno de los aspirantes sería elegido. Por lo que todos en la granja andaban muy nerviosos. No solamente se trata de correr y volar. Los renos deben estar preparados para todo tipo de situaciones. Y además, deben ser capaces de recorrer la distancia en el menor tiempo posible. Por lo que es muy importante que se estudien muy bien las cartas estelares. Porque un giro mal dado supondría dejar de entregar un regalo. Y eso es algo imperdonable.

En esto, Rowen iba con ventaja. Se sabía de memoria todos los atajos que hay en las estrellas, para llegar a los cinco continentes en un periquete. Las cartas de navegación estelares no eran ningún secreto para él. Además lo de volar lo tenía controlado. Desde que era muy pequeño aprendió a base de darse muchas veces de bruces. Lo que no tenía tan controlado era la parte de mantener la carrera en el aterrizaje. Precisamente, esos aterrizajes accidentados de pequeño, le hacían frenar cada vez que tocaba tierra. Y eso, como ya es sabido, supondría un retraso en la entrega. Algo imperdonable.

Temeroso de suspender en la prueba final, se fue al bosque a entrenar. Saltaba, volaba, giraba y al aterrizar, otra vez se frenaba. Le frustraba cometer una y otra vez el mismo error. Así que pensó que debía poner más empeño en su objetivo, y esta vez saltó desde un precipicio. Estaba seguro de que, al tener una caída tan profunda, tendría tiempo de calcular los pasos necesarios, y mantendría la carrera al tomar tierra. Sin embargo no contó con una cosa: la aceleración. Y es que, al caer de tan alto, su velocidad de aproximación era más del doble de la que estaba acostumbrado. Cuando tocó tierra, su pata delantera izquierda se torció, lo que provocó que perdiera el equilibrio y rodara por la ladera, dándose todo tipo de golpes por el camino. Cuando por fin se detuvo, al chocar contra un abeto, trató de ponerse de pie. Pero un fuerte dolor en la pata delantera izquierda se lo impidió. Como pudo, de manera maltrecha, se levantó. Y empezó a caminar, no sin cierta dificultad, cojeando y maldiciendo la mala suerte que había tenido. Cuando, desde uno de los abetos del bosque oyó una voz:

–Alfredo tiene lo que necesitas. Parece que has tenido un percance.

–¿Alti? ¿Eres tú? –Rowen todavía estaba algo conmocionado por el golpe, pero sí que se dió cuenta de que alguien le había dicho algo.

De entre las ramas, apareció Alfredo, uno de los duendes de Santa. Aunque todos lo llaman «Alti», por la peculiar forma que tiene de empezar todas sus frases.

–Alfredo tiene lo que necesitas. Alfredo soy yo.

–¡Alti, eres tú! Ahora no estoy para tus absurdas ideas.

–Alfredo tiene lo que necesitas. De absurda idea nada. Mira qué tengo aquí.

Alti sacó una bolsita con unas hierbas, que desprendían un olor almizclado. Y que acercó al hocico de Rowen.

–¿Qué es eso? –Preguntó el reno desconfiado.

–Alfredo tiene lo que necesitas. Con estas hierbas te curarás rápidamente esa pata. Y se te irá también el dolor.

–Pero, ¿eso está permitido?

–Alfredo tiene lo que necesitas. ¿Qué tiene de malo curarse la pata?

–Bueno, pero no tengo muchas nubecillas. –En la granja, las nubecillas dulces son la moneda de cambio oficial. Todos, duendes, personas o animales, se pirran por comerlas. Por lo que se usan en los trueques cuando se tiene interés en algo que tiene otro.

–Alfredo tiene lo que necesitas. No te preocupes. Por ser tu primera vez, te lo daré sin pedirte nada a cambio.

Rowen se quedó algo extrañado por la generosidad del duende. Todos saben en la granja de Santa que es un usurero. Y que, si puede, te saca todas las nubecillas que tengas guardadas. Con esta desconfianza, volvió a ponerse en vertical, con la intención de volver a la granja y que le vieran en la enfermería. Pero otro doloroso espasmo le recorrió desde la pata hasta la misma columna vertebral.

–Alfredo tiene lo que necesitas. No tienes que sufrir. Y además si vuelves así a la granja, todos sabrán que no podrás participar en las pruebas. 

–El gesto de dolor no pasó desapercibido para el duende.

–Está bien…

Rowen se sentó en una roca, con cara de abatimiento, al ver en su imaginación como un año más pasaba su oportunidad de participar en el reparto de regalos. La alternativa de deberle un favor al duende tramposo no le parecía tan mala entonces.

–Alfredo tiene lo que necesitas. No te preocupes, déjate hacer.

Alti tomó unas cuantas hojas de aquellas hierbas, las metió en un almirez que sacó de su morral y tras añadirle un poco de su propia saliva, empezó a machacarlo y mezclarlo con cierta rapidez. La visión del duende escupiendo en el cuenco metálico no es que le resultara de lo más agradable al reno, pero era de esperar cierta humedad para hacer una pasta con aquellas hojas. Por último sacó unas vendas y se acercó al reno.

–Pero, si vuelvo con la pata vendada sabrán que estoy lesionado.

–Alfredo tiene lo que necesitas. No pasa nada. Ya he pensado en eso. Te vendaré las cuatro patas y puedes decir que las tienes así para entrenar y mantenerlas calientes.
No es que la explicación del duende le convenciera, pero tampoco es que tuviera más opciones. Al aplicarle el empaste, sintió un calorcito agradable en la zona afectada.

–Alfredo tiene lo que necesitas. Ahora toma esta hoja, y muerdela durante un rato. Verás como pronto pasa todo el dolor.

Tras un rato rumiando aquella hoja, junto con el calor del empaste, Rowen pisó firme sin notar siquiera que tenía patas, mucho menos dolor alguno. Se animó y dio un salto que le permitió hacer un vuelo de prueba. Al aterrizar se mantuvo en la carrera, hasta que llegó al final del camino y se detuvo. Se dio la vuelta y se acercó a Alti.

–¡Lo has conseguido! Ya no me duele nada, y además puedo hacer el aterrizaje sin frenar.

–Alfredo tiene lo que necesitas. Ya te lo dije.

–¡Muchas gracias Alti! Te debo una.

–Alfredo tiene lo que necesitas. Pues ya que dices eso.

–Está bien. ¿Qué es lo que quieres? –Rowen se dio cuenta de que ahora es cuando venía el pago por los servicios prestados.

–Alfredo tiene lo que necesitas. Pero Alfredo no tiene lo que él necesita. Necesito acceder al recinto de la competición. Pero desde el año pasado no me dan un pase. Tú no has repartido los tuyos.

Normalmente, los renos tienen cuatro pases para que sus familiares o amigos les vieran participar en las pruebas de acceso al equipo de reparto. Rowen era huérfano, y sin hermanos, por lo que no tenía a quién darle esos pases.

–Está bien, te daré un pase. Pero con la condición de que no le digas a nadie ni que te lo he dado yo, ni lo que has hecho por mi.

–Alfredo tiene lo que necesitas. Y puedes estar tranquilo, nadie sabe sobre mis negocios, aparte de Alfredo.

Rowen volvió volando a la granja. Como cabía esperar, las patas vendadas del reno no pasaron desapercibidas, pero la explicación que le sirvió Alti era suficiente para que nadie siguiera preguntando al respecto. Tras pagar al duende, y hasta el final del día, Rowen siguió dando piruetas, y al llegar a casa, cuando se fue a dormir, se quitó los vendajes. El empaste se había casi acabado, por lo que el calor se había disipado también. Pasó muy mala noche, al irse «despertando» la articulación dañada. Al día siguiente, disimulando como pudo la cojera, buscó a Alti por toda la granja. Por fin lo encontró cerca de unos potrillos que se reían con sus ocurrencias. Entonces desde cierta distancia se puso a llamarlo, oculto tras unos matorrales.

–¡Chiiiisssst! Alti,¡Alti!

–Alfredo tiene lo que necesitas. ¿Qué haces aquí escondido? Es muy sospechosa tu actitud.

–Déjate de suspicacias. Lo que me diste ayer ya no funciona, y me ha vuelto el dolor. Necesito más.

–Alfredo tiene lo que necesitas. Pero, ya no tengo nada gratis para ti.

–¿Gratis? Me dijiste que querías un pase y te lo di.

–Alfredo tiene lo que necesitas. Aquello era un favor que me devolviste. Pero ahora me estás pidiendo un producto que es muy difícil de conseguir y que tiene mucha demanda. Mira las pocas hojas que me quedan. 

–Sacó su morral y apenas le quedaban la mitad de las hojas de las que tenía ayer.

–Pero, ¿qué has hecho con las demás? 

–Entonces se oyó a los potrillos riéndose de forma alborotada al otro lado de la calle–. Comprendo. Está bien. ¿Qué quieres por otro empaste?

–Alfredo tiene lo que necesitas. Pero lo que necesitas no es otro empaste. Eso solo funciona al principio del golpe. Ahora tienes que aplicar frío y no calor en la herida. Las hojas son para comerlas, pero poco a poco, son muy fuertes si no estás acostumbrado. Por cada hoja son dos nubecillas.

–Está bien, tengo seis nubecillas, dame tres hojas.

Tras la transacción, Rowen continuó su entrenamiento. En lo que quedó de día acabó muy bien posicionado para las pruebas del día siguiente, pero se había comido las tres hojas, y al volver a casa, aunque puso su pata en un cubo con hielo, el dolor no cesaba. Buscó al día siguiente con desesperación a Alti. No lo encontraba por ningún sitio, y llevaba consigo las cuatro últimas nubecillas que le quedaban. Calculaba que con dos hojas podría pasar las pruebas. Por fin lo encontró, haciendo cola para entrar a las pruebas de acceso.

–Alfredo tiene lo que necesitas. Pero, ¿qué haces aquí? Deberías estar dentro preparándote. He apostado la mitad de mis nubecillas por ti.

–¿Qué has apostado? No se permiten apuestas en la granja. Bueno, me da igual, necesito dos hojas más. Tengo aquí mis últimas cuatro nubecillas.

–Alfredo tiene lo que necesitas. Lo siento, pero el precio ahora es de cuatro nubecillas por hoja. 

–Pero eso es todo lo que me queda.

–Alfredo tiene lo que necesitas. Podría adelantarte una hoja más, para que pases la prueba, pero entonces me deberás ocho nubecillas. Y tendrás que pagarlas mañana, o por cada día de retraso sumaré una nubecilla a tu deuda.

Rowen no podía pensar. El dolor le ocupaba toda su capacidad cerebral, por lo que aceptó las abusivas condiciones del duende. Cuando volvió a su caseta de calentamiento, pensó que si ganaba, Alti le debería un favor a él por la apuesta tan alta que había hecho, y entonces podría renegociar el pago de la segunda hoja. Entonces se comió las dos hojas, lo que le produjo un estado de exaltación tal, que salió de golpe de la caseta.
No podía esperar el momento de empezar las pruebas. Primero, las pruebas de navegación. Le dio tal velocidad al reparto que propuso como respuesta a su ejercicio, que mejoró en un 10% el tiempo de entrega real. Nadie podía creerse que alguien pudiera hacer ese reparto tan rápido, ni siquiera en teoría, como era su caso. Más tarde, llegó la prueba de fuerza, arrastrar el trineo él solo era casi imposible, pero fue el que más lejos llegó antes de desplomarse por puro cansancio. Alti desde la grada sonreía, no tanto por ver cómo su amigo ganaba, sino pensando en los suculentos beneficios que le daría aquella improvisada inversión.

Y por fin llegó el momento de la temida prueba de aterrizaje con trineo de reparto. Se le notaba algo alterado en la línea de salida, muchos pensaban que sería por los nervios de la misma prueba, pero en realidad estaban haciendo efecto las dos hojas que se había comido. Lo único que quería era llegar a la meta y hacerse con el primer puesto, que le otorgaba la primera plaza para el caso de que finalmente hubiera una sustitución en el verdadero trineo de Santa. Dieron la salida, y los tres renos tiraron con fuerza de sus remolques. El primero en dar el salto fue el que iba a la derecha de Rowen, pero él todavía quería coger algo más de velocidad, por lo que esperó unos diez metros más, y al hacerlo pudo adelantar al que había tomado la delantera. En el primer punto de control ya Rowen tenía suficiente ventaja para ganar. Pero quería más, quería hacerlo con el récord de velocidad también. Tras el segundo punto de control tocaba iniciar el descenso. Ya veía la meta y al igual que pasara con el precipicio, intentó una caída más recta que le permitiera una mayor superficie de frenado. Ahora sí que contaba con la aceleración, a la que había de sumar el peso del trineo, ejecutó una maniobra casi perfecta, que fue muy aplaudida por todos los asistentes al espectáculo. Encaró la pista hasta la meta, y cuando se disponía a tomar tierra, vio al fondo un grupo de potrillos que estaban jugando en la misma línea de meta, como si buscaran formar parte de la fiesta. La imprudencia estos potrillos atemorizó a todos los presentes, incluído el propio Rowen, que reconoció el grupo de insensatos como los que había visto antes con Alti y trató de esquivarlos al mismo tiempo en que tocó tierra, pero con la velocidad a la que iba, poco pudo hacer para evitar acabar volcando y arrasando toda una fila de postes de navidad que estaban pintando unos elfos del taller de Santa.

Los miembros de la organización fueron corriendo a atender a Rowen, mientras los potrillos traviesos huían asustados por lo ocurrido. Alti, al ver todo lo que había pasado, decidió cogerse unos días de vacaciones, y salió apresuradamente de la aldea.

Santa visitó a Rowen en la enfermería. Tenía muchas magulladuras por los golpes del choque con los postes. Pero al menos no tenía nada roto.

–Me he dado cuenta de que estabas bajo los efectos de algún producto que tomaste para la competición. Entiendo que lo hiciste para asegurar tu victoria en el día de hoy. Pero eso es algo imperdonable. Los atajos debes dejarlos para el viaje entre las estrellas. Que en eso eres bueno. 

–De verdad que lo siento, Santa. Lo tomé al principio para curarme porque me había hecho daño en un accidente. Pero luego me daba una euforia y seguridad que me hacía querer más. Pero no debí haber recurrido a esas hierbas. Lo siento de veras. Solo espero que los potrillos estén bien.–Sí. Ellos están bien. Ya me han contado lo de Alti y sus chanchullos. Lo hemos pillado cuando trataba de escapar. Pasará un tiempo encerrado y pensando en lo que había hecho. Ahora sí que Alfredo tiene lo que necesita. Y en lo que se refiere a ti.

–Lo sé, quedo expulsado del grupo de aspirantes. Me lo merezco.

–No, expulsado no. Te paso al grupo de control aéreo. Esto es un equipo, y todos tenemos un puesto en el que destacamos más que en otros. Tú eres muy bueno con los mapas estelares. Estoy seguro que la primera prueba también la habrías pasado sin ayuda de esas hierbas. Y lo estoy, porque hace tiempo que vengo siguiendo tus progresos. Aunque no me esperaba que cometieras esta metedura de pata al tomar hierbas prohibidas, debo admitirlo.

–¡Gracias Santa! ¡Muchas gracias! No puedo creer que todavía confíes en mí. Trabajaré duro para ganarme este voto de confianza. Y desde luego no volveré a tomar hierbas, salvo que me las recete el médico, claro.

–¡Muy bien! No esperaba menos de ti. Todos merecemos una segunda oportunidad. Hasta Alti la ha tenido, pero él no ha querido aprender de sus errores. Tú en cambio, tienes un brillante futuro ante tí.

Y desde entonces Rowen el reno entró a formar parte del grupo de control aéreo en la granja de Santa. Con sus conocimientos del mapa estelar, y sus ideas para recortar tiempos de entrega, sumado a las incorporaciones de nuevos medios técnicos con el paso de los años, Papá Noel, ha conseguido mantener su media de entrega, incluso mejorarla. Ahora solo queda que vosotros, niños, seáis buenos, y la noche de la víspera de navidad os vayáis a la cama temprano, para que Santa pueda hacer su parte del trabajo, mientras los renos aterrizan, sin tener que pararse del todo, y así llegar a más sitios en menos tiempo.


¡Os deseo que paséis una muy Feliz Navidad!

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