18 Apr
18Apr

¡Hola! Soy una caja. Una caja de cartón, para más señas. Pero no se confunda, querido lector, porque no soy, en absoluto, una simple caja de cartón. 

Le diré que soy una caja mediana. Tengo muchísimas hermanas menores y mayores. Al fabricarme decidieron ilustrar mis laterales y mi tapa con un pequeño, a la par adorable y tierno, bebé. Solo el rostro, cubierto por una mantita y flanqueado por corazoncitos blancos sobre un fondo celeste. Cual de estrellas cariñosas se tratara. 

Al almacenarme junto a mis hermanas, fantaseábamos con lo que guardaríamos. Yo, vista mi ilustración, siempre pensé que guardaría ropita de bebé. O que quizá me usarían para regalar a un recién nacido. Nada más lejos, me temo. El destino, dicen que es caprichoso. Y acabé en la casa de un hombre de mediana edad que no tiene hijos; salvo una pequeña perrita. Llamada Greta, por cierto. 

Y no. Tampoco acabé por ser el depósito de los accesorios de Greta. Ni ropa de casa, ni libros. Ni tan siquiera de viejas revistas. En mi interior, cabría una vida entera. 

Mi propietario, Mario se llama, afronta sus días venideros desde la perspectiva de quien se sabe marcado. A pesar de la lucha, que ha sido una constante en su vida, él es consciente de su nueva realidad. Que le obliga a estar casi siempre en su hogar. 

Hogar, curiosa palabra. ¿Qué es el hogar? ¿El lugar donde tienes tu residencia? Quizá. ¿El sitio donde moras? La morada. ¿El ínfimo hueco de la Tierra donde guardas tus objetos y recuerdos más íntimos? 

Objetos, recuerdos, pertenencia, propiedad, cosas, imágenes, utensilios, realidades. ¿O acaso todo lo contrario? 

Veleidades del ego que se concentran en la posesión como el sentido mismo de la vida, al dotarla de un objetivo: tener. Y cuando se tenga, tener más. Y cuando se tenga más tener variedad. Y cuando se consiga, tener tanto, que olvidemos lo que tenemos. 

Pero, ¿tener cosas tiene algún sentido? Desde el punto de vista de una caja, sí. Pero, Mario, en su etapa actual se ha visto a sí mismo, y ha concluido que no. Aquello que realmente importa, es intangible. Inmaterial, sería más apropiado. De entre todo lo que le rodea, lo que le aporta paz son, básicamente dos elementos: amor y vida. ¿Y qué es la vida si no hay amor? 

Un zarpazo del destino que le ha anclado a su hogar, no es sino la excusa para ver, lo que el ajetreo diario no les permite observar: «el amor es un todo». Sentirlo, en todas sus expresiones, te permite redoblar esfuerzos para no cejar en la lucha contra el demonio devora-hombres. 

Cosas. Que antaño aportaban serena paz al llegar a casa, no son sino eso: cosas. La vida de un cactus desahuciado. El pálido florecer de una hortensia. El asiento reservado  para Greta, siempre a su vera. El reporte diario de vecinos, mayores que él en su mayoría, y que le tienen en sus pensamientos. La paciencia y el cariño de familiares y amistades que le miman. Sabedores de su ser sempiterno, y de su estar coyuntural. La caricia de un saludo virtual, susurrado en la distancia. La propia distancia, salvada con singular presencia, con salto de tierra, cielo y mar. La brisa mañanera que relaja el incremento del sol en las planchas de la terraza. El 3x3 y el 4x4 del origami. Una sonrisa al recordar que una vez fuimos jóvenes. Otra sonrisa al paladear el negro humor que también forma parte de su carácter, acaso heredado, acaso heredable. Un fugaz repaso de amores lejanos en el tiempo. O no tan lejanos, pero que se aprecian, como quien recuerda el reverberante tono de un buen vino, la primera vez que lo pruebas. 

Y así, y con todo, un monedero, la ventana al exterior que supone una tablet, el eco musical portátil, un pequeño librito, pañuelos, las llaves con alforjas, pastilleros a ordenar una vez en semana. Con el esfuerzo de concentrarse al máximo. El mechero, papelitos y el resto que fuere menester para alejar al lobo feroz del dolor. Aparatos e inyecciones, que nivelan el dulce sabor de la sangre, mientras marcan de morado el vientre, a uno y otro lado. Y, ser consciente del olvido, pero no olvidarse de que allí donde vaya, llevar su cajita, con la vida a cuestas.

Comentarios
* No se publicará la dirección de correo electrónico en el sitio web.